Entre tanto a y b
–Y entonces.
–Entonces nos encontramos mañana.
–A qué hora –preguntó Irene.
Y ahora que la luz otra vez inundaba la casa y el amplificador propagaba a los cuatro vientos te sentirás acorralada, te sentirás perdida o sola, tal vez querrás no haber nacido, no haber nacido, la tercera inquietud pudo florecer hasta alcanzar el estado justo en que había sido borrada por el cortocircuito. Y ella volvió a preguntarlo.
–A qué hora qué –dijo Alfredo.
–A qué hora te encontrarás con la mirona.
–Se llama Cecilia –dijo Alfredo–. A las cinco.
Y si él no se hubiera distraído en probar cada una de las perillas del amplificador tal vez habría notado el pequeño sobresalto primero y después ese peculiar sistema de signos –cierta brusquedad al llevarse las tazas de café, cierta alevosía al limpiar la ceniza volcada sobre el escritorio– que ladinamente pretendía indicar el mal humor de Irene. Porque en estos casos ella no hablaba. Sólo iba dejando pequeñas señales en el camino, guijarros que podrían ir guiando a quien tuviera la paciencia y el interés necesarios para internarse en oquedades, y lentamente, amorosamente, sonsacándola con ternura, con violencia, con resignación, pugnara por llegar –¡gran premio!– al centro mismo de su angustia.
Y no es que Irene no pudiera expresar ella misma lo que le pasaba. Su valla de piedra consistía en que sólo lo podía expresar con una claridad irritante. Por ejemplo, habría sido capaz de decir: estoy de mal humor por dos razones:
a) Porque esta chica es mucho más peligrosa de lo que pensás. Aunque pienses que es mucho más peligrosa de lo que parece.
b) Porque las cinco de la tarde es mi hora.
Pero cómo darle a entender, entre tanto a y b, esta nostalgia, pero también esta envidia y este miedo. Cómo explicarle, sin correr el riesgo de que echen a volar pájaros y serpientes y fieras trabajosamente aletargadas, cómo expresarle la vergüenza de sospechar que esta vez no será capaz de soportarlo. La alegría de otra, eso es lo que cree que ya no podrá soportar. La alegría de la que aún aletea en esa región incorrupta, inmaculada, tan semejante a la perfección, que es la espera.
- Zona de Clivaje, Liliana Heker -